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El título de este previo tiene un error. No fueron 30 minutos los que pasé con Animal Crossing: New Leaf; al menos gasté una hora en el sillón de la sala de pruebas que Nintendo preparó para nosotros en el Grand Hyatt de San Francisco. Simplemente conecté mis audífonos, me puse cómodo y me dejé llevar por el adictivo ritmo del juego.
La aventura comienza con un viaje en tren. Un animal que habla se acerca e intenta ser amigable conmigo. ¿A dónde vas? ¿Cómo te llamas? ¿Cómo es el pueblo al que vas a llegar? Son preguntas inocentes, pero secretamente definen quién soy. Cuando termino de hablar con él, el tren llega a la estación del lugar que acabo de describir.
Al bajar, me reciben con una fiesta. ¡Bienvenido, Alcalde! ¿Yo? Algo está mal. Los animales no escuchan. Todos me vitorean y no entienden razones. ¡Ni siquiera vivo aquí! Pero todos fingen que soy el indicado para dirigir el pueblo. Todos parecen creer en mí el único humano.
Debo ir al Ayuntamiento. Al presentarme, la secretaria me dice que no soy un residente y que hay que comenzar mi registro. ¿Dónde vas a vivir? Buena pregunta. Voy con Nook, el experto en bienes raíces de la zona. Siento que gozo de un gran privilegio al caminar con él por el pueblo y escoger el punto donde estará mi casa. "Ahí no puedes. Está muy cerca del río", me dice. Así que busco árboles y un lugar céntrico. Lo marcamos y regresamos a su oficina. Construir mi casa será caro. Sólo comenzar los trabajos cuesta 10,000 bells, la moneda que usan aquí. Nook es condescendiente conmigo: "No te preocupes", me dice. "Ve, reúne el dinero y regresa cuando lo tengas. Te he puesto una tienda de campaña para que vivas temporalmente".
Regreso al Ayuntamiento. Ya tengo dirección, aunque por el momento sea un lote baldío en medio de la nada. Al parecer, vamos tarde para una ceremonia. ¿De qué habla mi secretaria? Lo averiguo minutos después. El pueblo entero se reúne a verme plantar un árbol el símbolo de mi gobierno. Brevemente imagino una próspera ciudad y el retoño que sembré convertido en un gigante poderoso y fuerte, pero falta mucho para eso. Sacudo mi cabeza y la ceremonia termina. Recuerdo que ni siquiera tengo cama donde descansar. Hay mucho por hacer.
¡Tantas tiendas y yo sin una casa para poner todas las cosas que veo! Armarios, mesas, flores, ropa la oferta local es variada. Los tenderos son amables: me saludan cuando entro en sus locales y se despiden de mí cuando salgo aunque sólo haya entrado a ver. La dueña de un establecimiento me ofrece un servicio curioso: comprará prácticamente todo lo que le lleve a un precio fijo o me permitirá establecer el precio que yo crea conveniente y exhibirá el producto por mí. Si se vende, depositará el dinero directamente en mi cuenta.
Hago varias pruebas. Descubro que puedo apilar la fruta en mi inventario para que no ocupe mucho espacio, así que voy de aquí a allá agitando árboles y recolectando todo lo que cae de ellos. Me pagan 2,000 bells por 9 manzanas. Decido recorrer las tiendas: hay ropa, accesorios y una miscelánea donde venden palas y cañas de pescar y hasta galletas de la suerte. Compro la pala y la caña. Las galletas supuestamente son un volado para ver si me dan items raros que no están a la venta. Por desgracia, para comprarlas necesito Play Coins del 3DS y no tengo. Es un pueblo pequeño, pero sin duda hay mucha variedad, en la tienda de ropa hay nuevos productos cada día; tendré que visitarla diario. Ahora entiendo lo que dijo Bill Trinen cuando comentó en la conferencia posterior al Nintendo Direct que New Leaf es un juego que será mejor comprar en formato digital: es un título que siempre quieres tener disponible en tu portátil.
Salgo a conocer a los vecinos. La ciudad se desdobla mientras camino por ella. El 3D es sutil. Decido buscar fósiles con mi pala aquí y allá y también atrapar algunos peces. Unos minutos después, voy a la tienda a vender mis cosas. "Por eso puedo pagarte 12,000 bells". Grito de felicidad y los que están cerca de mí me ven raro: soy el que más tiempo ha permanecido jugando Animal Crossing: New Leaf. Corro con Nook para darle el primer pago de mi casa. "Estará lista mañana temprano", me dice. Pero no tengo hasta esa fecha. Voy al museo a donar el fósil que pensaba vender. El curador me recibe feliz. No sólo identifica rápidamente la pieza, sino que me invita a recorrer el lugar. Está vacío. Me imagino llenándolo con la flora y la fauna de la zona. Me tomará meses, pero es un tiempo que estoy dispuesto a gastar en este juego.
Mi alarma suena: llevo una hora de juego. Debo levantarme y probar otras cosas o no me dará tiempo de verlo todo. Con un poco de dolor por tener que abandonarlo, guardo mi archivo y voy a la estación de trenes. Ahí, le indico al guía que abra la puerta de mi pueblo. Así podrán visitarme otros jugadores que estén cerca o algún extraño que se conecte por Internet. Yo no pude ir a visitar a nadie, pero me hubiera gustado. Coloco entonces el 3DS XL sobre la mesa. No puedo evitar sentir que dejo un mundo y un hogar que apenas comenzaba a construir.
Animal Crossing es una franquicia que nos enseña mucho sobre quiénes somos. A fin de cuentas, su atractivo más grande es ofrecernos un pequeño parche de tierra para moldear a nuestro antojo y gastar nuestros días. Es un título en el que objetivos los impone cada quien. No hay victoria o derrota y tampoco forma equivocada de jugar: es un campo de juego para la creatividad. Puedo comprender por qué tuvo tanto éxito en Japón. Mucho antes de los juegos sociales, esta franquicia permitía la interacción con otras personas. No hablo de pedir objetos a los demás para avanzar, sino de genuina convivencia. New Leaf permitirá visitar los pequeños mundos de amigos y compartir una extraña vida paralela con ellos. Tal vez perdí mi primer día en el nuevo Animal Crossing, pero sé que pasaré muchos más cuando el juego finalmente sea lanzado el 9 de junio de este año.
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