Homenaje a un amigo: Javier Raya

Mi historia con un sniper, baterista y entrenador Pokémon: el ninja original


Nota editorial: el siguiente texto es un homenaje a nuestro fallecido excompañero Javier Raya, hecho por uno de sus mejores amigos.

“Como que a todos nos tocó un Raya distinto” decía una de sus exparejas mientras regresábamos por carretera después de su funeral. Y sí, en su velorio se hablaba de homenajes por todos lados, de recordar su obra y honrarlo como el gran escritor que fue, sólo que el Javier Raya artista no es el que me tocó; a mí me tocó el Javier Raya amigo, el de las pedas, el de los conciertos y el de los videojuegos. De ese wey es del que vengo a platicar.

Press F to pay respects

No recuerdo cuando conocí a Raya, pero sí la primera vez que platicamos. Trabajábamos en una agencia de marketing y nos encontramos en el jardín fumando y hablando de arte; la noche anterior nos habíamos encontrado en una exposición de pintura. Dijo algo sobre H. R. Giger, y por más básica que suene esa referencia, fue una buena introducción. Con el paso de los días, los encuentros para fumar derivaron en ¿te gustan los videojuegos?

Un día de pago fuimos a comprar Call of Duty 2, pero cuando llegamos a la tienda descubrimos que ya estaba el tres y nuestros cerebros todos ingenuos llegaron a la conclusión “El 3 debe ser mejor que el 2 porque es más nuevo”. Sí… compramos uno de los peores juegos de la saga, pero tenía una característica genial: juego en línea con pantalla dividida. Esa tarde se hizo noche y ese día semanas y las semanas, meses. Cada noche, Raya llegaba a mi casa a jugar Call of Duty 3 por horas y horas.

Como buenos ñoños, amábamos encontrar datos sobre la Segunda Guerra Mundial que endulzaran todavía más el juego del que ya estábamos enamorados: las locaciones, las batallas, las armas, los héroes, todo era motivo de plática y gusto por lo que estábamos viviendo. Nuestra existencia consistía en jugar Call of Duty 3 los días laborales e ir por unas cervezas los fines de semana.

Un día, Activision anunció Call of Duty 4: Modern Warfare. Nos sentimos insultados: habían abandonado la Segunda Guerra Mundial por el Medio Oriente actual. Recuerdo que discutimos sobre la ética de matar árabes, pues George W. Bush seguía siendo presidente de Estados Unidos y su guerra en esa región nos parecía inmoral. Acordamos que sólo jugaríamos el multiplayer seguros de que muchos afganos se sentirían orgullosos de nuestra decisión hasta que, claro, llegó el día en que falló el Internet y nos olvidamos de aquel pacto.

A finales de ese año me avisaron que la agencia en la que trabajaba se mudaría a CDMX. Javier había terminado de hacer sus prácticas en la agencia y seguía estudiando administración de empresas. Todo siguió igual hasta que me dijo “oye, pues jalo contigo al D.F.” Dejaría su escuela y buscaría entrar a estudiar Letras en la UNAM. El vato llevaba años escribiendo y quería cumplir su sueño de ser escritor. A principios de 2008 nos mudamos a CDMX y, a pesar de que Raya vivía en Ecatepec y yo en la Roma, el ritual de jugar Call of Duty siguió fortaleciéndose.

Un pequeño logro para el gamerscore, un gran salto para una amistad
Un pequeño logro para el gamerscore, un gran salto para una amistad

Ahora alabábamos a un nuevo dios: el Modern Warfare. Nos pasábamos el control en cada respawn tan mecánicamente que ni volteábamos a vernos y sí, como buenos ñoños, volvimos a clavarnos en los detalles del juego: el sonido de las armas, la cadencia de disparos.... Amábamos tanto el juego que llegamos a 50 de Prestige en el multiplayer con muchas armas al nivel máximo.

Una tarde, Raya trataba de pasar el reto de Mile High Club en Veteran. Intento tras intento, entre los 2 desciframos la coreografía precisa para lograrlo. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando al fin lo logró, gritamos y saltamos; habíamos llegado a la cima del juego y, aunque también jugamos World at War, Modern Warfare II y Black Ops, nada volvió a sabernos igual.

Una de las últimas veces que vi a Raya, fue cuando vino a mi casa y después de unas horas de plática y Rock Band, se la pasó jugando Warzone en el PlayStation 5 hasta las 3:33 de la mañana.

Buenas noches, somos Los Pianosaurios

Instalados en CDMX comenzamos a hablar sobre Guitar Hero. Cada uno por su cuenta había jugado un poco en casas de amigos. Los 2 amábamos la música; aún con la reducida oferta de conciertos en Querétaro, fuimos a muchos juntos y llegamos a CDMX justo en el boom de la movida indie y el surgimiento de festivales y foros: cada semana había un nuevo lugar a donde ir o una nueva banda que escuchar, así que un juego musical encajaba perfecto con nuestro estilo de vida.

Tras un largo análisis de lo que ofrecían Guitar Hero y Rock Band, decidimos comprar Rock Band 2. El ansiado día llegó. Después de terminar de armar los instrumentos en la sala de mi departamento mientras Raya trabajaba, por fin pudimos jugar. La primera que tocamos fue Spider Webs de No Doubt; seguramente lo hicimos horrible, pero la experiencia se sintió genial. Habían nacido Los Pianosaurios.

Los Pianosaurios
Los Pianosaurios

A las pocas semanas de comprar el Rock Band comenzó la cuarentena de H1N1. ¡Ya no había necesidad de dejar de rockear! Bastaba con atender un par de cosas de la oficina y seguir jugando. Pasamos la campaña en Medium, luego en High e intentamos en Expert, pero nunca pudimos con Visions de Abnormality.

Poco después de que terminó la alerta sanitaria, quedamos desempleados, casi simultáneamente. Para ahorrar en transporte, el vato se instaló en mi sala. Los sábados íbamos al mercado de Medellín, donde comprábamos comida para toda la semana, los lunes mandábamos solicitudes de empleo y a lo largo de la semana íbamos a entrevistas de trabajo. El resto del día lo matábamos jugando Rock Band hasta que se agotaban las baterías. Un día, cuando el tedio y la falta de empleo nos tenían más desmotivados anunciaron un paquete de canciones de Weezer y, contra todo instinto de autosupervivencia, lo compramos. Ahora puede parecer insignificante, pero creo que ese DLC de verdad nos ayudó a mantener alto el espíritu.

Tras semanas de carencia e incertidumbre, entré a trabajar a Level Up y, para celebrar, fui con Raya a ver la película de G.I. Joe. Javier la tuvo más difícil: fue ayudante de cocina, trabajó en una librería y hacía traducciones pequeñas. Para entonces se había convertido en un twitstar: tenía miles de seguidores cuando la red apenas comenzaba y las reuniones con esa comunidad eventualmente lo llevaron a participar en eventos de slam poetry, que son como una especie de declamación con mucho histrionismo e intensidad. Nuestros caminos comenzaban a separarse, pero el Rock Band siguió: prácticamente era una cuota de entrada para todo el que visitara el departamento, ya fueran amigos míos, suyos o hasta roomies.

¿Cuál canción estará eligiendo?
¿Cuál canción estará eligiendo?

Pasados varios meses, se abrió una vacante de administración en Level Up. Por supuesto, lo recomendé y volvimos a trabajar juntos. Para ser sincero, no recuerdo cuando comenzó a escribir en Level, pero de repente estaba haciendo reseñas y artículos… algunos de los mejores que se han escrito para el sitio, según palabras de Rex y Ximena. Con un trabajo estable y formando parte de una incipiente escena de escritores, Raya abandonó la UNAM y después de varios meses también dejó Level Up.

A mediados de 2012 Javier Raya ya era un rockstar... Al menos dentro de su círculo, era impresionante ver cómo se acercaban a él en las fiestas tratando de generar conversación con temas muy rebuscados. Gracias a Raya conocí a científicos, expresidiarios, godines y artistas de todo tipo y partes del mundo. Poco a poco, sus visitas al depa fueron menos frecuentes y un día me contó que se iría a vivir con la que eventualmente sería la madre de sus hijos.

Nunca dejamos de estar en contacto, pero las oportunidades para juntarnos a tocar eran cada vez menos. Fui a verlo a sus presentaciones y me acompañó a algunos conciertos; cada uno estaba haciendo lo que le gustaba y estábamos bien con eso. La última gran reunión de Los Pianosaurios ocurrió en mayo de 2016. Preparamos comida china y vinieron Raya con su esposa e hijo a comer y jugar Rock Band 4.

Rayquaza ¡yo te elijo!

En 2017 dejé la CDMX. Mi amistad con Raya se redujo al contacto a distancia, a comentarios en sus publicaciones y a pláticas por mensajería, donde me contaba que sus hijos comenzaban a jugar Minecraft y Pokémon GO. Gradualmente aumentaron sus publicaciones sobre Pokémon GO hasta que en la descripción de sus redes decía “Entrenador Pokémon”.

Un día durante la pandemia, nos encontramos en el canal de Twitch de Alination, quien nos invitó a una llamada en Discord, donde platicamos de los viejos tiempos en Level Up y de como estábamos pasando el confinamiento. Fue una buena plática.

Hace unas semanas, la última vez que lo vi, me contó que fue a Colombia, donde convivió con okupas tan comprometidos con su causa, que se burlaban de que tomara Coca-Cola pero muchos jugaban Pokémon GO. Al ver mi completo desconocimiento del juego, sacó su celular y me explicó como funcionaban las batallas, los personaje y muchos detalles. Por primera vez en nuestra amistad, pude ver la obsesión por un juego desde afuera; Raya compartía eso con sus hijos y me dio mucho gusto.

Tras su muerte, viendo los posteos sobre él en Twitter encontré una conversación en Instagram sobre el intercambio de un Rayquaza shiny. Al parecer, era su Pokémon favorito, así que cuando por fin lo obtuvo, le puso el nombre de sus hijos.

Ésta es mi despedida a mi amigo, al Javier Raya que me tocó, al sniper, baterista, ninja y entrenador Pokémon. Te vamos a extrañar.

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