por
Saludos gente!
Aquí estoy de nuevo, agregando una entrada al blog.
Hacia dias que tenia la intención de escribir algo, sobre mi negocio (tengo una LANhouse pequeñita), sobre la maldita inflación y la pésima economia que nos rodea sumada a nuestra afición por los videojuegos, sobre lo que pasó con un sobre de dinero que iba a usar para comprar un Xbox para el negocio, etc, etc, etc.
Pero el dia de hoy escribire una entrada que en realidad no escribí en este momento. Recientemente formateé (nunca he sabido como escribir esa palabra, así que no me vean feo, que estoy guapo, o eso me hago creer) uno de los equipos que tengo para instalar un control que me permitiera bla bla bla... (lo lamento, mucha paja).
El punto es que encontre una pequeña narración escrita para la escuela, muy influenciada por mis autores favoritos, muy en mi forma de escribir, muy sin terminar y muy terminada.
Sin más vueltas al asunto, se las dejo, quejas y sugerencias, se las dan al que se les ocurra, menos a mi. (Aclaro que no es de videojuegos, así que no molesten con eso
)
¡Extra! ¡En el 47 de Roa Barcenas!
¡Extra! ¡Extra!
Pasa ya de la medianoche en el numero 47 de la calle
Roa Barcenas en la
Magdalena Mixhuca. La puerta está abierta y se escucha el
incesante aullido de el Rey, un rottweiler de unos 7 años, con una gran
mancha blanca sobre la frente. Dentro del pasillo principal del 47, el tiempo
ha hecho estragos sobre la otrora pintura azul rey que cubre las paredes. Ahora
es opaca, sin brillo ni vida. Ha desaparecido en algunas zonas dejando entrever
el yeso debajo de esta y en algunos lugares incluso un poco del ladrillo. Justo
a un lado de la puerta, cae una gota perpetua sobre las baldosas. Martín se prometió
arreglarla cuando tuviera edad, a pesar de haber hecho esa promesa a los 7
años.
Al fondo del corredor, la puerta
principal con sus estampas de la Virgen Maria y San Judas Tadeo, junto a una
pequeña tarjeta con la leyenda Este hogar es católico.
El comedor está vació, sobre la mesa
hay un plato de avena lleno de gusanos, una taza de café sin café, se ha evaporado
y ahora solo le cubre una capa ennegrecida, y el cigarrillo sobre el cenicero
es acompañado de un cilindro perfecto de ceniza. Martín no podrá seguir fumándolo.
Justo a la derecha están las
escaleras. La alfombra que las cubre las puso su abuela cuando se mudo a esta
colonia, cuando las paredes eran azules, cuando su madre aun no nacía, cuando Martín
ni siquiera era un sueño. Hoy no es posible saber que color las cubría cuando
nuevas. A cada peldaño el eterno caminar las ha desgastado.
La primer habitación está vacía, hace
más de 10 años que lo está, y nunca ha habido nada en ella más que la ocasión
en que llegaron los sobrinos de Martín a acampar.
A la izquierda se encuentra la
habitación principal, donde fue concebida la madre de Martín, y años después, Martín
mismo. En otros tiempos habría sido posible ver los tocadores repletos de fotografías
familiares. Ahora solo están cubiertos por ropa, trastes sucios y el fétido
aroma de comida podrida.
Al final del pasillo está el baño, y custodiándolo
el Rey con la mirada perdida y la voz gastada de aullar. La plata se ha
opacado en el espejo, e incluso ha desaparecido en ciertas zonas. En la tina,
en un grotesco abrazo lésbico, está la madre de Martín junto a su abuela,
desnudas las dos, con los ojos abiertos mirando hacia la nada. La sangre
alrededor de sus cuellos ha coagulado en un extraño tono marrón oscuro.
Sentado sobre el excusado está Martín,
vestido aun con el overol de Luz y Fuerza. Una gruesa soga le cubre el cuello.
Esta guardando una carta en el bolsillo trasero del overol.
El rey aúlla.
Martín sonríe
Martín llora
Martín nunca arreglará el grifo de la
entrada.
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